martes, 14 de agosto de 2018

Libreria


Libro:La Ciudad de Dios
Autor:San Agustín

La Ciudad de Dios, pues, se divide en dos partes: la única negativa, de carácter político contra los paganos (libro I-X), subdividida, a su vez, en dos secciones: los dioses no a sus adoradores los bienes materiales(I-V); menos todavía les asegura la prosperidad espiritual (VI-X); las otras positivas, que suministran la explicación cristiana de la historia (libro XI-XIV); 



Libro;Confesiones
Autor:San Agustín 

Este libro, fue escrito por San Agustín en un solo tomo, dividido en trece libros, fue titulado originalmente por su autor como Confesiones en treinta libros. Sin embargo, con el tiempo, la Academia comenzó a llamarlo Confesiones de San Agustín, para diferenciarlo de otras importantes obras, que tenían igual título, como por ejemplo las Confesiones de Jean-Jacques Rousseau.




Libro:Emociones Libres
Autor:Osho

Libro:Libertad

Autor:Osho



                                               





Libro:Alegria 
Autor:Osho













                                                LA CIUDAD DE DIOS

Obra imperfecta, ciertmente, repleta de digresiones, de 
episodios, de demoras, de prolongaciones, en la que no todo es el mismo trigo puro. La proyección, en el más allá del espacio y del tiempo, de lo que el Santo sabe por haberlo experimentado él mismo, en un presente cargada de su propio pasado y de su propio porvenir, le llevó a consideraciones aventuradas, discutibles o francamente erróneas. Pero la obra resulta de una excepcional calidad por el plan que la inspira, y de un inmenso alcance por las perspectivas que abrió a la humanidad.

Pero para no exponerme al reproche de haber refutado únicamente las ideas ajenas sin establecer las mías, consagro a la última tarea la segunda parte de la obra, que comprenden doce libros. Por consiguiente, de estos doce libros, los primeros tratan del origen de las Ciudades, la de Dios y la del mundo; los cuatro siguientes explican su desembolviento o su progreso, y los cuatro últimos son los fines que le son asignados. El conjunto de estos veintidós libros tienen por objeto las dos Ciudades.

Los cinco primeros refutan a aquellos que defienden como necesario el culto de muchos dioses y no el de uno, sumo y verdadero, para alcanzar o tener esta felicidad terrera y temporal. Los otros cinco van contra aquellos que rechazan y orgullo la doctrina de la salud y creen que la felicidad que se espera después de esta vida, mediante el culto de los demonios y de muchos dioses. En los tres últimos de estos cinco libros refuto a sus filósofos más famosos.


Y es obvio que San Agustín que desde el principio trata en su conjunto la historia de las dos ciudades, desde su origen a su consumación final; la sola mención de la Ciudad de Dios en la primera linera de la obra, bastaría para confirmarlo. Cunando comenzó su trabajo sabía ya que muy bien el Santo lo que quería hacer y que no proponía tan solo, ni siquiera principalmente, tomar la defensa de la religión cristina contra sus acusadores más o menos malévolos, sino que quería recargar en su conjunto la maravillosa historia de la Ciudad de Dios. En los años 412 hacía ya mucho tiempo que el autor venía meditando acerca de la oposición de las dos ciudades; la toma de Roma y el recrudecimiento de la posición solamente le empujaron a no retardar más una obra de cuyo contenido estaba bien compenetrado.


No cabe la menor duda de que fue el propio Agustín quién dividió su obra en veintidós libros. En todo momento habla, indicando la cifra, de los libros que constituyen la ciudad de Dio, y sus divisiones son exactamente las que nos ha trasmitido la tradición manuscrita. Por lo demás, al obrar así nos hizo más que conformarse a un uso tradicional que correspondía a exigencias de orden material. Un libro bastara para llenar un papiro de dimensión corriente; cuando se llena el papiro se acaba el libro. Una obra poco extensa no lleva, pues, más que un solo libro; una obra importante cuenta con varios.


La obra de los dioses venerados por lo romanos: basta eximir la mitología para comprobar su incoherencia y puerilidad. No son las falsos dioses, sino el Dios único y verdadero quien distribuye los reinos según sus designios, que no por estos cultos para mi son menos verdaderos. El celebrado celo de los romanos por la patria terrena ha de ser aviso y ejemplo para los cristianos al aspirar a la patria celestial (II-V).


En la segunda parte, el autor pasa de tratar el problema casi excluido de modo polémico y negativo, a tratarlo, ante todo, de modo expositivo y negativo, a tratar, ante todo, de modo expositivo y dogmático. No basta demostrar la incoherencia y lo infundado del culto politeísta; es menester probar que, en efecto, toda verdad se encuentra en el cristianismo, y cómo él satisface a un mismo tiempo al corazón y a la inteligencia, y es verdaderamente el camino de liberación del alma y de la infelicidad.


He aquí, pues, la descripción cristiana del mundo, no tanto del físico como del moral, basado en la aspiración a la felicidad. Esta descripción se desarrolla entres fases. Primero se discute el origen de la sociedad en general, de la “ciudad”, principiando por examinar el comienzo absoluto de lo que no es Dios, es decir, que es el surco señalado por la mutabilidad de las criaturas; de aquí viene la consideración del origen y de las características de las dos ciudades del culto; la creación de los ángeles (Ciudad de Dios) y del origen de los malvados, con la rebelión de los Ángeles soberbios y sus consecuencias en la vida humana y su destino (XI), ya que la historia de las dos ciudades entre los hombres tiene como preámbulo necesario la de las dos ciudades ultra terrenales: de los Ángeles felices sujetos a Dios con sumisión y amor y de los demonios desventurados y rebeldes.


En la caracterización de la ciudad terrena tiene extensa parte tres cuestiones: la de mal, que se explica como una deficiencia de perfección y cuya causa se achaca a un desvío de la voluntad respecto al bien supremo, que es Dios, hacia el individuo; la cuestión de la muerte en sentido relativo (separación del alma; primera parte) y En su sentido absoluto ( muerte del alma: segunda parte), con su separación sin remedio de Dios (XII); y la cuestión del pecado original, de su naturaleza (desobediencia y orgullo),de sus manifestaciones (rebelión de la carne, concupiscencia, debilitamiento de la voluntad) y de sus efectos principales (XIII). Estos efectos pueden advertirse en toda la vida psíquica, que se muestra trastornada y perturbada por el predominio de las pasiones; es significativo a este respecto el sentimiento del pudor (XIV).


La segunda fase es la considerada los desarrollos de las dos ciudades: de la carnal, fundada en el amor de sí mismo, y de lo espiritual, fundada en el amor de Dios. Cada una posee su propia manera de vivir y de gozar. La cuidad terrena finca su residencia y su felicidad relativa aquí abajo; la ciudad de Dios está sobre la tierra meramente de paso, en espera de la felicidad celeste. La ciudad terrena procede del fratricidio de Caín, mientras que la de Dios remonta sus comienzos hasta Abel. Cada una continúa una serie de generaciones que enumera la Biblia desde el Diluvio (XV), pasando por Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, los jueces (XVI), mientras se afirma las grandes monarquías de Babilonia y de Asiría. Y ello con un permanente significado simbólico, ya en las vicisitudes de Noé, de los patriarcas, de Noé y de otros personajes bíblicos semejantes, prefiguran místicamente la ciudad de Dios en su peregrinación. Lo mismo vale para la época de los profetas, que señala el momento culminante y la crisis de Dios. También aquí el significado simbólico profético predomina sobre el histórico (XVII).


Aquí quedara subrayado el carácter mixto de la historia humana, la imposibilidad de distinguir en ella la ciudad terrera de la ciudad celestial, que siguen siendo dos realidades metafísica, cuya separación empírica, sensible, queda reservada al juicio final de dios. Esto vale, de modo particular, para los primeros siglos de la era cristiana, en que la iglesia, la Ciudad de Dios, vive mezclada con la ciudad del mundo, hasta el punto de albergar en ella también hombres carnales, aunque tal vez deseoso de redención. De ahí las persecuciones, las herejías, los escándalos que, con todo, tienen su función beneficiosa sobre la cuidad de Dios metafísica: sus santos (XVIII).


La tercera fase se refiere al resultado final de las dos ciudades: felicidad eterna para la una, infelicidad también eterna para la otra.


Aquí (XIX) se vuelve a tratar extensamente la cuestión de la verdadera naturaleza de la felicidad y de su carácter necesariamente trascendental, divino. De aquí la confutación de los estoicos, que presumían arribar a ella por sus propios medios: la vida humana; vista con ojos realistas, es desorden, apasionamiento, violencia. La racionalidad y la paz no son de este mundo, ni aquí donde están las cosas residen su valoración definitiva. Esta depende del juicio futuro de Dios (XX).


A su luz, el vicio re revelará como tal, aunque aquí abajo se presente con el aspecto fascinador de la virtud y la felicidad. Nada seguro se sabe acerca de cuándo vendrá ni como se desarrollara. Desde luego, el juez será cristo glorioso, y la última fase de la historia humana estará muy agitada por luchar espiritual y acontecimientos físicos gigantescos; y ciertamente el fin y el juicio representaran una regeneración, una palingenesia del mundo.


Entones tendrá lugar también la distinción real de las dos ciudades. A la ciudad del mundo tocará una eternidad de dolor, a la vez moral y física (XXI), eternidad de pena contra la cual no vale ni las objeciones físicas derivadas de la pretendida imposibilidad de fuego que no se consume, ni las morales, que dependen de una pregunta desproporcionada entre el pecado temporal y el castigo eterno: la gravedad del cual será, no obstante, proporcionada en intensidad a la entidad de la culpa. En cambio, a los santos quedará reservada la bienaventuranza eterna (XXII); no sólo para las almas en la contemplación de Dios, sino para los propios cuerpos que resucitaran a una vida real, aunque diversa de la terrena. La forma de la resurrección no esta clara; pero el hecho, a pesar de las objeciones de los platónicos, es cierto; como es seguro que, aun siendo en la ciudad de Dios es primer lugar de predestinación divina, no es diferente para ella la orientación del libre albedrío humano. La observación de la vida psíquica podrá dar a entender cuál ha de ser la bienaventuranza eterna como satisfacción de las exigencias positivas del hombre. Ella será, por lo tanto, el gran sábado, la paz suprema en el reino de Dios.


CONCLUSIÓN


Ciertamente la Ciudad de Dios no es una teoría filosófica de la historia en el sentido de introducción racional de los hechos históricos. Por lo tanto se puede considerar que no tiene nada en relación con el Derecho, al principio consideraba lo mismo, es más lo escogí sin pensarlo, pero al leer el contenido me doy cuenta que tiene mucho en relación con lo que se estudia, que en este caso es el Derecho, se preguntara ¿porqué?, seria difícil si no lo hubiera leído, pero en este momento será un poco más hacedero, bueno, en el transcurso de las los pocos estudios en Derecho me he dada cuenta de que, como toda evolución y en relación al derecho al inicio se consideraba que todo era creado por ser supremo, que en este caso es Dios.



El libro muestra otro enfoque acerca de la creación y lo que nos espera en la vida después de la muerte. No descubre nada nuevo sobre la historia, sencillamente como el resultado, de una serie de principios universales. Lo que San Agustín nos ofrece es una síntesis de historia universal a la luz de los principios cristianos. Su teoría de la historia procede estrictamente de la que tiene sobre la naturaleza humana. Que a la vez deriva de su teología de la creación y de la gracia. No es una teoría racionalista, si se considera que se inicia y termina con dogmas revelados; pero sí es racional por la lógica estricta de su procedimiento e implica una teoría definitivamente filosófica y racional sobre la naturaleza de la sociedad y de la ley, y la relación entre la vida y la ética.


Autor Osho

Biografía de Osho, nació el 11 de Diciembre de 1931 en Bhopal, India y falleció el 19 de Enero de 1990 en Pune, India. Su nombre de nacimiento fue Chandra Mohan Jain, más adelante se convirtió en un líder de un movimiento espiritual conocido como rajnishe por lo que adoptó el nombre de Acharia Rajnísh, más tarde Bhagwan Shri Rajnísh y finalmente Osho. Este orador indio es reconocido por llevar su palabra por todo su país y por contradecir abiertamente la postura de Mahatma Gandhi, las creencias religiosas e ideales políticos. 




Su movimiento o sexta partió de una visión naturalista que concibió al sexo, la meditación la armonía del cuerpo como fuente de apertura espiritual.

¿Quién fue Osho? Sus padres fueron Saraswati Jain y Babulal, los cuales también son los progenitores de 10 hijos más. Esta familia tan amplia estaba dividida por compromisos económicos, por lo cual el pequeño Chandra vivió con sus abuelos en otra ciudad. Esta situación le otorgó gran libertad, porque los abuelos no se preocupaban en exceso del cuidado de su nieto, ni de su educación o de su comportamiento.
Por ello, mientras cursó sus estudios no demostró mucho interés y fue muy rebelde. A los 15 años vio morir a su abuelo, su prima y a una novia de fiebre tifoidea, esta situación le hizo tener un acercamiento muy directo con la muerte, lo cual lo volvió muy inestable.
Se destaca en su biografía, este estudiante revolucionario rápidamente se interesó por una postura más controvertida, se manifestó contrario a la idea de un dios y comenzó a practicar la ideología y la hipnosis. Entre los 19 y los 21 años de edad estudió Filosofía y se identificó con cierta conducta iluminada, por lo que comenzó a participar en actividades de oratoria en la universidad, en reuniones y conferencias.



Según su intelecto, Osho logró ocupar el cargo de maestro en varios lugares, pero su posición en cuestiones morales y religiosas comprometió mucho su trabajo en cualquier parte. En ese entonces, este líder espiritual había adoptado un nombre que lo llevaría por toda India a predicar su oposición a las ideas socialistas y a los movimientos religiosos de su país, pero también para plantear su interés por la ciencia, la tecnología y el capitalismo.
En los años siguientes, Osho logró convertirse en un maestro espiritual, formó un ejército de discípulos llamados Neosanniasins y creó su propio Áshram, un lugar para la meditación y la interpretación espiritual. En este lugar consiguió la colaboración de empresarios, personas con poder económico y muchos fanáticos que le subsidiaron su secta. Además logró expandirse hacia tierras occidentales, cuyos pobladores peregrinaron en gran cantidad hasta este centro localizado en Pune.







lunes, 13 de agosto de 2018

¿Funcionamos siempre mediante el ego o en algunos momentos nos libramos de él?

Como el ego es ficticio, en algunos momentos te libras de él. Como es una ficción, solo puede mantenerse si tú lo mantienes. 

La ficción requiere un mantenimiento, al contrario que la verdad, y de ahí la belleza de la verdad. Pero una ficción hay que pintarla continuamente, apuntalarla aquí y allá, porque se desmorona sin cesar. Cuando consigues apuntalarla por un lado, empieza a desmoronarse por el otro.

Y eso es lo que hace la gente durante toda su vida, intentar que la ficción parezca la verdad. Si tienes más dinero, puedes tener un ego más grande, un poco más sólido que el de un pobre. El ego del pobre es pequeño; no se puede permitir un ego mayor. Si llegas a primer ministro o presidente de un país, tu ego se hincha al máximo y dejas de tener los pies en el suelo. Nuestra vida entera, la búsqueda de dinero, poder, prestigio, esto y lo otro, no es sino la búsqueda de puntales, de apoyos, para mantener la ficción. Y en realidad sabemos que la muerte se aproxima. Hagamos lo que hagamos, la muerte lo destruirá; pero a pesar de los pesares, seguimos adelante: a lo mejor mueren todos los demás, pero tú no. Y en cierto modo es verdad. 

Como siempre has visto morir a otros, pero no a ti mismo, parece que es verdad, y también lógico. Mueren esa persona y la otra, pero tú no. Tú siempre estás allí para lamentarte, para acompañarlas al cementerio y despedirte de ellas, pero después vuelves a tu casa. No te dejes engañar, porque todas esas personas estaban haciendo lo mismo, y nadie es una excepción. Cuando llega la muerte, destruye la ficción de tu nombre, de tu fama. 

Cuando llega la muerte, simplemente lo borra todo; no queda ninguna huella. Intentemos lo que intentemos hacer con nuestra vida, no es más que escribir sobre el agua; ni siquiera sobre la arena, sino sobre el agua. No acabas de escribirlo cuando ya ha desaparecido.

 No te da tiempo ni a leerlo, porque desaparece enseguida. Pero seguimos intentando construir castillos en el aire. Como se trata de una ficción, hay que mantenerla continuamente, con un esfuerzo constante, noche y día. Y nadie puede mantener semejante vigilancia veinticuatro horas al día. 

De modo que a veces, sin querer, vislumbras durante unos momentos la realidad sin el ego como barrera. Sin la pantalla del ego se viven ciertos momentos especiales, aunque tú no lo quieras. Recuérdalo. Todo el mundo experimenta esos momentos de vez en cuando. Por ejemplo: cuando alguna noche duermes profundamente, tan profundamente que no tienes sueños, el ego desaparece, desaparecen todas las ficciones. El acto de dormir profundamente, sin sueños, es como una muerte en pequeño.

Cuando se duerme sin soñar, el ego desaparece por completo, porque cuando no se piensa, no se sueña, ¿cómo seguir adelante con una ficción? Pero mientras dormimos pasamos muy poco tiempo sin soñar. En ocho horas de sueño sano ese lapso no sobrepasa las dos horas, pero ese tiempo nos revitaliza. Si dormimos dos horas profundamente, sin soñar, a la mañana siguiente nos sentimos renovados, vivos. La vida vuelve a resultar emocionante, el día parece un regalo. Todo parece nuevo, porque nos hemos renovado. Y todo parece maravilloso, porque estamos en un espacio maravilloso.
¿Qué ocurre en esas dos horas en las que dormimos profundamente, lo que patanjali y el yoga denomina sushupti, dormir sin soñar? Que desaparece el ego, y con esa desaparición del ego te revitalizas, rejuveneces. Al desaparecer el ego, incluso en un estado de profunda inconsciencia, se nos concede una idea de Dios. 

Según el patanjali, no existe gran diferencia entre el sushupti, el dormir sin soñar, y el samadhi, el estado último que alcanza Buda. 

No existe gran diferencia, pero sí existe. Radica en la conciencia. Al dormir sin soñar se está inconsciente; en el samadhi se está consciente, pero es el mismo estado. Nos acercamos a Dios, al centro universal. Desaparecemos de la circunferencia y vamos al centro, y ese contacto con el centro nos rejuvenece. 

Como el ego es una ficción, a veces desaparece. El momento más importante es cuando se duerme sin soñar, y por eso hay que tenerlo muy en cuenta y no perdérselo por ningún motivo. La segunda gran fuente de las experiencias carentes de ego es el sexo, el amor. Ha sido destruido por los sacerdotes, lo han condenado, y ha dejado de ser una experiencia tan importante. 

Lleva tanto tiempo condenado que ha condicionado la mente de los seres humanos. Incluso cuando están haciendo el amor, en el fondo saben que están haciendo algo malo, y la culpa asoma por alguna parte. Es algo que les ocurre incluso a los más modernos, a la generación más joven.

Es posible que superficialmente te hayas rebelado contra la sociedad, que superficialmente no seas conformista, pero las cosas han calado hasta lo más profundo, y no se trata de rebelarse solo en la superficie. Puedes dejarte el pelo largo, pero eso no te va a servir de mucho. Puedes hacerte hippy y dejar de bañarte, pero no te va a servir de mucho. Puedes marginarte de todas las maneras imaginables, pero en realidad no te servirá de nada, porque las cosas han calado demasiado hondo y lo demás no son sino actos superficiales. Llevan milenios diciéndonos que el sexo es el peor de los pecados, algo que ha pasado a formar parte de nuestro ser, de modo que aunque conscientemente sepas que no tiene nada de malo, el inconsciente te mantiene un tanto alejado, con miedo, cargado de culpa, y no puedes adentrarte en el sexo por completo. 

Cuando te internas plenamente en el acto sexual, el ego desaparece, porque al llegar al culmen, al clímax, eres pura energía. La mente no puede funcionar. Se produce tal aumento de energía que la mente se pierde, sin saber qué hacer. Es perfectamente capaz de funcionar en situaciones normales, pero se detiene cuando ocurre algo muy nuevo y muy vital, y el sexo es lo más vital del mundo. 

Si puedes profundizar en el sexo, el sexo desaparece. En eso consiste la belleza de hacer el amor, que es otra de las posibilidades de vislumbrar a Dios, como el sueño profundo pero mucho más valioso, porque en el sueño profundo se está inconsciente. En el acto del amor se está consciente, consciente pero sin la mente. De ahí que la gran ciencia del tantra sea posible. 

El patanjali y el yoga funcionan siguiendo los pasos del sueño profundo; han elegido ese camino para transformar el sueño profundo en un estado consciente para que sepas dónde estás, de modo que sepas que estás en el centro. El tantra elige el sexo como ventana para abrirse a Dios. El camino del yoga es muy largo, porque transformar el acto de dormir inconsciente en conciencia es muy arduo; se pueden tardar varias vidas...





La idea de un centro separado constituye la raíz del ego

 La idea de un centro separado constituye la raíz del ego. Cuando un niño nace, llega al mundo sin un centro propio. Durante los nueve meses en el vientre de la madre funciona con el centro de la madre como el suyo propio; no está separado.

Después nace. Entonces resulta práctico considerar que se tiene un centro separado, propio; en otro caso, la vida será muy difícil, casi imposible. Para sobrevivir y para luchar por sobrevivir en la batalla de la vida, todos necesitan cierta noción de quiénes son. Y nadie tiene ni idea. En realidad, nadie puede tenerla, porque en lo más profundo somos un misterio. 

No podemos tener ninguna idea al respecto. En lo más profundo, no somos individuos, sino universales. Por eso, si le preguntas a Buda: «¿Quién eres?», guardará silencio y no contestará. 

No puede hacerlo, porque él ha dejado de ser un individuo, es la totalidad; pero en la vida cotidiana incluso Buda tiene que emplear la palabra «yo». Si tiene sed, dirá: «Tengo sed. Ananda, tráeme un poco de agua; tengo sed». Por eso sigue empleando la significativa primera persona, el «yo». A pesar de ser ficticia, también tiene sentido, pero hay muchas ficciones con sentido. Por ejemplo, el nombre que nos ponen a cada uno. Eso es una ficción. 

Llegaste al mundo sin nombre, no con él; el nombre te lo ponen otros. Después, a base de repetirlo constantemente, empiezas a identificarte con él, pero es una ficción. Pero decir que es ficticio no significa que sea innecesario. Es una ficción necesaria, porque si no, ¿cómo dirigirse a las personas? Si quieres escribir una carta a alguien, ¿a quién la diriges?

Un niño escribió una carta a Dios. Su madre estaba enferma, su padre había muerto y no tenían dinero; le pedía a Dios cincuenta rupias. En Correos se quedaron perplejos cuando llegó la carta. ¿Qué hacer? ¿Dónde enviarla? Estaba dirigida a Dios. Así que la abrieron. Les dio pena el niño y decidieron reunir algo de dinero y enviárselo. 

No reunieron lo que el niño pedía, cincuenta rupias, sino cuarenta. Llegó una segunda carta, también dirigida a Dios, y en ella el niño había escrito lo siguiente: «Estimado señor: por favor, la próxima vez mándeme el dinero directamente a mí, no a Correos. Se han cobrado diez rupias de comisión». Sería complicado que no tuviéramos nombre. 

Aunque en realidad nadie tiene nombre, se trata de una ficción muy útil. Se necesitan los nombres para que los demás te llamen, se necesita la primera persona, el «yo» para que te llames a ti mismo, pero es simplemente una ficción. 

Si profundizas en tu interior comprenderás que el nombre ha desaparecido, que ha desaparecido la idea del «yo», no queda más que una simple presencia, la existencia, el ser. Y ese ser no es algo separador, no es tuyo ni mío; ese ser es de todos. 

Y en ello están incluidos los ríos, los árboles, las piedras, las montañas, todo. Lo incluye todo, sin excluir nada: el pasado, el futuro, la inmensidad del universo. Cuanto más profundices en ti mismo, más comprenderás que las personas no existen, que no existen los individuos. Lo que existe es la pura universalidad. 
En la circunferencia tenemos nombres, egos, identidades, y cuando pasamos de la circunferencia al centro desaparecen todas esas identidades

El ego no es más que una ficción útil. Utilizadla, pero sin dejaros engañar por ella. 

Los niños nacen sin ego

Los niños nacen sin ego. El ego lo enseñan la sociedad, la religión, la cultura. Seguramente habréis observado a los niños pequeños. No dicen: «Tengo hambre». Si el niño se llama Bob, dirá: «Bob tiene hambre. Bob quiere ir al baño». No tiene sentido del «yo». Se refiere a sí mismo en tercera persona. Bob es como la gente lo llama, y él se llama a sí mismo Bob. Pero llegará un día... Cuando empiece a hacerse mayor le enseñaréis que eso no está bien. «Bob es como te llaman los demás; tú no tienes que
llamarte Bob a ti mismo.
Tienes una personalidad distinta y tienes que aprender a decir "yo".» El día en que Bob se convierte en «yo» pierde la realidad del ser y cae en el oscuro abismo del delirio. En cuanto empieza a referirse a sí mismo como «yo» se pone en funcionamiento una energía completamente distinta. El «yo» quiere crecer, fortalecerse; quiere esto, lo otro. 

Quiere elevarse cada vez más en el mundo de las jerarquías, siente el imperativo de conquistar más y más territorios. Si alguien tiene un «yo» mayor que el tuyo, te crea un complejo de inferioridad. Haces todos los esfuerzos posibles por demostrar que «yo soy superior a ti», «yo soy más santo que tú», «yo soy más grande que tú». Dedicas tu vida entera a algo absurdo, que ni siquiera existe. Inicias un sendero de sueños, y seguirás avanzando por él, haciendo crecer tu «yo» cada día más, lo que te creará la mayor parte de tus problemas. Incluso Alejandro Magno tenía enormes problemas. Su «yo» interno quería ser el conquistador del mundo, y casi llegó a conquistarlo. Digo «casi» por dos razones. En su época, no se conocía la mitad del mundo, por ejemplo América. Y además, entró en la India, pero no la conquistó; tuvo que retirarse. 

No era muy mayor, solo tenía treinta y tres años, pero durante aquellos treinta y tres años se había limitado a pelear. Se había puesto enfermo, aburrido de tanta batalla, de tanta muerte, de tanta sangre. Quería volver a su patria para descansar, y ni siquiera logró eso. No llegó a Atenas. Murió en el camino, justo un día antes de llegar allí, veinticuatro horas antes. 

Pero ¿y la experiencia de toda su vida? Cada vez más rico, más poderoso, y después su absoluta impotencia, al no ser capaz ni siquiera de retrasar su muerte veinticuatro horas... Había prometido a su madre que una vez que hubiera conquistado el mundo volvería y lo pondría a sus pies como regalo. Nadie había hecho semejante cosa por una madre, de modo que era algo único. 

Pero aun rodeado de los mejores médicos se sintió impotente. Todos dijeron: —No sobrevivirás. En ese viaje de veinticuatro horas morirás. Será mejor que descanses aquí, y quizá tengas alguna posibilidad. Pero no te muevas. Ni siquiera creemos que el descanso te sirva de mucho... Te estás muriendo. Te acercas cada vez más, no a tu patria, sino a tu muerte, no a tu hogar, sino a tu tumba. »Y no podemos ayudarte. Podemos curar la enfermedad, pero no pero no la muerte. Y esto no es una enfermedad. Eres casi como un cartucho descargado. En treinta y tres años has gastado tu energía vital en luchar contra esta nación y contra la otra. Has desperdiciado tu vida. No es enfermedad, sino simplemente que has gastado tu energía vital, inútilmente. 

Alejandro era un hombre muy inteligente, discípulo del gran filósofo Aristóteles, que fuera su tutor. Murió antes de llegar a la capital. Antes de morir le dijo a su comandante en jefe: —Este es mi último deseo, que debe cumplirse. ¿Cuál era aquel último deseo? Algo muy extraño. Consistía en lo siguiente: —Cuando llevéis mi ataúd a la tumba, debéis dejar mis manos fuera. El comandante en jefe preguntó: —Pero ¿qué deseo es ese? Las manos siempre van dentro del ataúd. 

A nadie se le ocurre llevar un ataúd con las manos del cadáver fuera. Alejandro replicó: —No tengo muchas fuerzas para explicártelo, pero para abreviar, lo que quiero es mostrar al mundo que me voy con las manos vacías.

 Pensaba que era cada día más grande, más rico, pero en realidad era cada día más pobre. Al nacer llegué al mundo con los puños apretados, como si sujetara algo en mis manos. Ahora, en el momento de la muerte, no puedo irme con los puños apretados. Para mantener los puños apretados se necesita vida, energía. Un muerto no puede mantener los puños cerrados. ¿Quién va a cerrarlos? Un muerto deja de existir, se le ha escapado toda la energía, y las manos se abren por sí solas.

 —Que todo el mundo sepa que Alejandro Magno va a morir con las manos vacías, como un mendigo. Pero me da la impresión de que nadie ha aprendido nada de esas manos vacías, porque en las épocas posteriores a Alejandro la gente ha seguido haciendo lo mismo, si bien de distintas maneras. 

El EGO ES EL ORIGEN DE TODOS LOS PROBLEMAS DE LA PERSONA, de todos los conflictos, las guerras, los celos, el miedo, la depresión. Sentirse fracasado, compararse continuamente con los demás hiere a todos, y hiere terriblemente, porque no se puede tener todo. Si hay alguien más guapo que tú, te hiere; si alguien tiene más dinero que tú, te hiere; si alguien es más culto que tú, te hiere. 

Existen millones de cosas que pueden herirte, pero no lo sabes, esas cosas no son las que te hieren, a mí no me hieren. 

Te hieren a ti por tu ego. El ego no para de temblar de puro miedo, porque sabe muy bien que es un recurso artificial creado por la sociedad para que sigas corriendo en pos de unas sombras. Este juego del ego es la política de subir cada vez más alto. El ego y todos sus juegos... 

El matrimonio es uno de sus juegos, el dinero es otro de sus juegos, y también el poder. Todos son juegos del ego. Hasta ahora la sociedad no ha parado con sus juegos; es como si existieran unos Juegos Olímpicos incesantes, por todo el mundo. Todos intentan subir y todos les tiran de las piernas, porque en la cima del Everest no hay sitio para tantos. Es una lucha a muerte, y llega a ser tan importante que acabas olvidando que ese ego te fue implantado por la sociedad, por tus profesores. ¿Qué hacen desde la guardería hasta la universidad? Fortalecer tu ego. Cuantos más títulos añaden a tu nombre, más importante te sientes


El ego es la mayor de las mentiras, que tú has aceptado como una verdad; pero los intereses creados lo favorecen, porque si todos aceptaran la ausencia del ego, la competición olímpica que se desarrolla en el mundo entero sencillamente se paralizaría. Nadie querría subir al Everest, sino que disfrutaría del sitio donde está y se alegraría de ello.

 El ego te mantiene a la espera: mañana, cuando triunfes, te alegrarás. Naturalmente, hoy tienes que sufrir, tienes que sacrificarte. Si quieres triunfar mañana, tienes que sacrificarte hoy. Has de merecerte el triunfo, y para eso haces toda clase de ejercicios. Solo es cuestión de sufrir durante algún tiempo y después te alegrarás. Pero ese mañana nunca llega. Nunca ha llegado.

 Mañana simplemente significa lo que nunca llega. Supone retrasar la vida, una estrategia estupenda para seguir sufriendo. El ego no puede sentir alegría en el presente, no puede existir en el presente; solo existe en el futuro, en el pasado, es decir, en lo que no es. 

El pasado ya no existe, el futuro aún no existe; ambos carecen de existencia. El ego solo puede existir con lo no existente, porque en sí mismo no existe. En el momento puramente presente no hallarás ningún ego en tu interior, sino una alegría silenciosa, una nada silenciosa y pura.3 

¿Que es el Ego?

El ego es justo lo contrario de tu verdadero ser. El ego no eres tú, sino el engaño creado por la sociedad para que te entretengas con esa baratija y no te plantees preguntas sobre lo verdadero. Por eso insisto tanto en que, a menos que te liberes del ego, jamás llegarás a conocerte. 

Naciste con tu auténtico ser. Después empezaron a crearte un falso ser: eres cristiano, eres católico, blanco, alemán, perteneces a la raza elegida por Dios, estás destinado a dominar el mundo, etcétera. Crean una falsa idea de quién eres. Te ponen nombre y en torno a ese nombre crean ambiciones, condicionamientos. 

Y poco a poco —porque lleva casi una tercera parte de la vida— actúan sobre el ego en el colegio, en la iglesia, en el instituto, en la universidad... Cuando acabas la universidad has olvidado por completo tu ser inocente. Eres un gran ego que ha superado la universidad con matrícula de honor y está preparado para salir al mundo. Ese ego tiene toda clase de deseos y ambiciones, y quiere estar siempre por encima de todo.

 Ese ego se aprovecha de ti y no permite ni que vislumbres tu auténtico ser, cuando tu vida está precisamente ahí, en la autenticidad. De ahí que el ego solo produzca tristeza, sufrimiento, lucha, frustración, locura, suicidios, asesinatos... toda clase de crímenes. Quien va en pos de la verdad tiene que empezar por este punto: descartar cuanto la sociedad le ha dicho que es. Tú no eres eso, porque nadie sino tú puede saber quién eres; ni tus padres, ni tus profesores, ni los sacerdotes. Salvo tú mismo, nadie puede penetrar en la intimidad de tu ser, nadie sabe nada de ti, y todo lo que han dicho sobre ti es falso. Déjalo a un lado. 

Desmantela todo ese ego. Al destruir el ego, descubrirás tu ser, y ese descubrimiento es el mayor que se puede dar, porque supone el inicio de una nueva peregrinación hacia la felicidad absoluta, hacia la vida eterna. Se puede elegir, entre la frustración, el sufrimiento, la tristeza, seguir aferrándose al ego y alimentándolo, o la paz, el silencio y la felicidad; pero para eso hay que recobrar la inocencia.2  

Prologo

Prólogo Lo sencillo no supone un reto para el ego del ser humano; lo difícil sí es un reto, y lo imposible un reto de verdad. Se puede saber hasta qué punto deseas un ego grande por el reto que hayas aceptado, por tu ambición: es mensurable; pero lo sencillo carece de atractivo para el ego, supone la muerte del ego. 

Y el hombre ha elegido las complejidades incluso donde no hay necesidad de complejidad, por la sencilla razón de que con ella puede seguir desarrollando y fortaleciendo su ego. Se hace cada día más importante en la política, la religión, la sociedad, en todo. 

Toda la psicología está orientada a fortalecer el ego. Incluso esos idiotas de psicólogos se empeñan en que la persona necesita un ego fuerte, y por eso la educación es un programa para fomentar la ambición mediante castigos y premios, para llevarte por un determinado camino. 

Tus padres esperan demasiado de ti desde el principio. Pueden pensar que les ha nacido un Alejandro Magno, o que su hija no es ni más ni menos que la reencarnación de Cleopatra. Los padres te condicionan desde el principio para que, a menos que demuestres tu valía, seas un inútil. Al hombre sencillo se le considera un simplón. 2

El hombre sencillo no ha sido hasta ahora el objetivo de la sociedad humana. Y el hombre sencillo no puede ser el objetivo, porque nacemos sencillos. Todo niño es sencillo, como una pizarra en blanco. Después, los padres empiezan a escribir en esa pizarra lo que debe ser el niño con el tiempo. Después los profesores, los sacerdotes, los dirigentes... Todos se empeñan en que seas alguien, porque si no, habrás malgastado tu vida. Y resulta que es justo lo contrario. Eres un ser. No necesitas convertirte en otro.
En eso consiste la sencillez: seguir a gusto con nuestro propio ser y no iniciar el interminable camino de convertirse en otro. En ningún sitio llegarás a pensar: «Ha acabado el viaje. He llegado a la cima que deseaba». Nadie ha sido capaz de hacer eso en el transcurso de la historia de la humanidad, por la sencilla razón de que el hombre se mueve en un círculo, de modo que siempre hay alguien por delante de ti en un sentido u otro. Puedes llegar a presidente de Estados Unidos, pero ante Mohamed Alí te sentirás inferior. No posees esa fuerza animal. Si Mohamed Alí le da un buen puñetazo en la nariz a Ronald Reagan, lo tumba.
Puedes llegar a primer ministro de un país, pero ante Albert Einstein parecerás un pigmeo, no un primer ministro, sino un pigmeo.
La vida es multidimensional. Resulta imposible extenderse en todas direcciones y ser el primero en todo. Es absolutamente imposible; la existencia no funciona así.

El ego es la enfermedad del ser humano. Por ciertos intereses, hay gente que desea que sigas enfermo. No quieren que seas sano y completo, porque ser sano y completo representa un peligro para esos intereses creados. Por eso nadie quiere ser sencillo, nadie quiere ser un don nadie. Y mi propuesta consiste en que debes sentirte a gusto contigo mismo, que debes aceptar tu ser.

Convertirse en otro es la enfermedad, y ser, la salud. Pero ser sencillo, completo, sano, gozoso, es algo que no has probado. Esta sociedad no te ha dejado en paz un solo momento, y únicamente  conoces un camino, el camino del ego.

Te han dicho que tienes que ser un Jesucristo. Existen sociedades que intentan que todos sean dioses. ¡Qué mundo tan demente! Tenéis que escapar de esa programación. Si queréis disfrutar, relajaros, sentir paz y experimentar la belleza de la existencia, tiene que desaparecer ese falso ego. No quiero quitaros nada más. Solo deseo quitaros el ego, que al fin y al cabo es una fantasía. Y también quiero daros vuestro ser.

Naturalmente, no tengo que dároslo, puesto que ya lo tenéis. Solo hay que espabilaros para que despertéis a la enorme belleza de la inocencia. No se arriesga nada, y vais en pos de unas sombras que nunca alcanzaréis, mientras olvidáis todos los tesoros que habéis traído al mundo con vosotros. Antes de satisfacer el ego, la muerte habrá acabado con vosotros. La vida es demasiado corta y no debe desperdiciarse en juegos tan estúpidos como el del ego. Y solo es cuestión de comprensión.